Ayra nace del gesto de un abrazo. Su respaldo curvo envuelve con suavidad, creando una sensación de refugio — no como límite, sino como acogida. En el sillón, ese gesto se vuelve más bajo y contemplativo, una invitación a la pausa. En la silla de comedor, se alza en proporciones precisas, sosteniendo el cuerpo sin perder la ligereza del diseño. Hay una escultura en la forma, pero nunca rígida: cada curva está pensada para seguir el cuerpo, cada ángulo dialoga entre ergonomía y belleza. Ayra no impone. Se acerca. Es una presencia delicada y esencial.

